LA ALEGRIA DEL CRISTIANO
La palabra alegría deriva del latín alicer o alecris, que significa "vivo y animado". Es una de las emociones básicas, junto con el miedo, la ira, la tristeza y la sorpresa.
También se puede definir como el estado interior fresco y luminoso, generador de bienestar
general, altos niveles de energía y una poderosa disposición. La alegría
es una emoción, la acción constructiva, que puede ser percibida en toda
persona, siendo así que quien la experimenta, la revela en su
apariencia, lenguaje, decisiones y actos. La tristeza es la emoción contraria.
La alegría ciertamente es una necesidad fundamental del ser humano. El
anhelo de experimentar la alegría está tan arraigado en el corazón del
hombre como la búsqueda de sentido a la propia existencia. La misma
experiencia cotidiana así nos lo demuestra. Es por ello que tantos
buscan infructuosamente esta alegría en las múltiples ofertas de la
cultura de muerte. El consumismo, la búsqueda desordenada del placer por
el placer, de lujos, riquezas y confort, la ambición del poder, el
hedonismo, etc., son tan sólo algunos signos de lo que el mundo nos
ofrece como sucedáneos a nuestra necesidad de verdadera alegría.
La vida cristiana y la alegría son dos realidades
íntimamente unidas ya que nace de la opción fundamental de Cristo Jesús, es fruto de una experiencia de fe en El y de
comunión con Aquel que es Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6), que me
muestra cuál es el sentido de mi vida en el mundo, la grandeza de mi
destino.
La alegría es un signo presente en la existencia
cristiana. Nuestra alegría testimonia la profundidad de nuestro
compromiso con el Plan divino. Quien vive su fe con tristeza y
abatimiento, no ha comprendido el núcleo del mensaje nuestro hermano Cristo Jesús.
En la Anunciación-Encarnación, el ángel invita a
María a vivir la alegría mesiánica: "Alégrate, llena de gracia..." (Lc
1, 28). María se llena de gozo en el Señor pues el Mesías nacerá de Ella
por obra del Espíritu Santo. El cántico del Magníficat es una hermosa
expresión de alegría humilde, limpia, transparente, profunda. María
exulta de gozo "en Dios mi salvador porque ha hecho en mí grandes
maravillas" (Lc 1, 47.49). Cuando María y José presentan al niño en el
templo, tanto el anciano Simeón como Ana se gozan en el Espíritu ante la
presencia del Reconciliador (Lc 2, 29-38).
El Señor Jesús llama felices a los discípulos porque
"vuestros ojos ven y vuestros oídos oyen" (Mt 13, 16), es decir, porque
ellos han acogido la Buena Nueva, porque están abiertos al mensaje del
Señor. En el momento de la Transfiguración, ese encuentro íntimo con el
Señor mueve a Pedro a exclamar: Señor, qué bueno es estar aquí (Mt 17,
4). Sólo el Señor Jesús puede ofrecer la alegría que nadie nos podrá
arrebatar (Jn 16, 22).
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