LA SINCERIDAD.
La sinceridad es
el modo de expresarse sin mentiras ni fingimientos. El término está
asociado a la veracidad y la sencillez. Implica el respeto por la verdad (aquello que se dice
en conformidad con lo que se piensa o se siente). Quien es sincero, dice
la verdad. Si un hombre está casado y, ante la pregunta de una
muchacha, afirma ser soltero, está mintiendo y, por lo tanto, no está
respondiendo con sinceridad.
La cualidad que consiste en expresarse con sinceridad se conoce
como honestidad. La persona honesta respeta la verdad y establece sus
relaciones bajo este parámetro moral. Sin embargo, el sujeto puede
autoengañarse y no ser honrado o sincero pese a que crea que, en
realidad, sí lo está haciendo.
Debemos entender queridos hermanos que hay situaciones que pueden llevar a la persona a dejar de lado la
sinceridad, pero sin tener la intención de mentir. Las
denominadas “mentiras piadosas” son un ejemplo de esta circunstancia: si
un adolescente recibe un regalo que no le gusta de su abuela y no
quiere herirla, dirá que está encantado con el presente (por lo tanto,
no será sincero).
A veces, atravesamos malas experiencias… ¿ la
desilusión de descubrir la verdad?, ¿esa verdad que descubre un engaño o
una mentira? El sentirnos defraudados provoca incomodidad, esta
experiencia nos lleva a procurar que nunca nos suceda lo mismo, y a
veces, nos impide volver a confiar en las personas, aún sin ser las
causantes de nuestra desilusión.
Sin embargo, como los demás valores, la sinceridad, no es algo que
debemos esperar de los demás, es un valor que debemos vivir para tener
amigos, para ser dignos de confianza. La
sinceridad es un valor que caracteriza a las personas por su actitud
congruente, que mantienen en todo momento, basada en la veracidad de sus
palabras y acciones.
Entonces, si queremos ser sinceros necesitamos decir siempre la verdad; esto
que parece tan sencillo, resulta una tarea muy dificultosa para algunas
personas. ¿Cuántas veces utilizamos esas mentiras piadosas en
circunstancias que consideramos poco importantes?: el decir que
estamos avanzados en el trabajo, cuando aún no hemos comenzado. Obviamente, una pequeña mentira, llevará a otra más grande y
así sucesivamente, hasta que nos sorprenden. Incluso,
podemos inventar defectos o hacerlos más grandes en una persona, o
cuando ocultamos el enojo o la envidia que tenemos. Cuando, con aires de
ser “franco” o “sincero”, decimos con facilidad los errores que
comenten los demás, mostrando lo ineptos o limitados que son.
No obstante, la palabra no constituye el límite único y visible de
este valor, también se evidencia en nuestras actitudes. Como, por
ejemplo, cuando aparentamos ser una persona que no somos, (normalmente
es según el propósito que se persiga: trabajo, amistad, negocios,
círculo social), existe una tendencia a mostrar una personalidad
ficticia: inteligentes, simpáticos, educados, de buenas costumbres. En
este momento viene a nuestra mente el viejo refrán que dice: “dime de
qué presumes y te diré de qué careces”; gran desilusión causa el
descubrir a la persona como era en la realidad, alguna vez hemos dicho o
escuchado: “no era como yo pensaba”, “creí que era diferente”, “si
fuese sincero, otra cosa sería”.
Esto nos demuestra que no sólo debemos decir la verdad para ser
sinceros, sino también actuar conforme a la verdad. Ello resulta un
requisito indispensable para la sinceridad.
Si nos mostramos tal cual somos en la realidad, nos hace congruentes
entre lo que decimos, hacemos y pensamos. De esta manera, logramos el
conocimiento y la aceptación de nuestras cualidades, pero también de
nuestras limitaciones: los demás nos quieren y aceptan como somos.
Puede
ocurrir que faltemos a la sinceridad por descuido, utilizando las
típicas frases “creo que quiso decir esto…”, “me pareció que con su
actitud lo que realmente pensaba era que ” ; tal vez y con buena
intención, opinamos sobre una persona o un acontecimiento sin conocer
los hechos. Para ser sincero, debemos ser responsables en lo que
decimos, evitando dar rienda suelta a la imaginación o haciendo
suposiciones.
Para ser sincero también se requiere “tacto”, esto no significa
encubrir la verdad o ser vagos al decir las cosas. Cuando debemos
decirle a una persona algo que particularmente puede incomodarla,
debemos ser conscientes que el propósito de nuestro comentario es
“ayudar”, no hacerlo por disgusto o porque “nos cae mal”; además debemos
buscar el momento y lugar adecuados para decírselo, esto último
garantiza que la persona nos escuchará y descubrirá nuestra buena
intención de ayudarle a mejorar.
De esta manera, la Sinceridad requiere valor, nunca se justificará el
dejar de decir las cosas para no perder una amistad o el buen concepto
que se tiene de nuestra persona. Si por ejemplo, es evidente que un
amigo trata mal a su esposa o a sus empleados, tenemos la obligación de
decírselo, señalando las faltas en las que incurre y el daño que
provoca, no solamente a las personas, sino a la buena convivencia que
debe haber.
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