viernes, 2 de febrero de 2018

NO LO LOGRO ENTERDER.

   Hace años, mi esposa y yo participamos de un retiro para matrimonios. La pareja de amigos con quienes compartimos la cabaña nos platicó sobre los temperamentos que la psicología define como rasgos típicos de nacimiento. Según estudios, se han definido cuatro tipos básicos: sanguíneo, colérico, melancólico y flemático. Mientras nos explicaba cada uno, identifiqué mi carácter como una mezcla de dos tipos específicos.

   Allí mismo nos hicieron la prueba para identificar los temperamentos y confirmé lo que había pensado, dos de ellos resultaron predominantes en mi vida muy por encima de los otros. Cuando leí las ventajas que tenían, me emocionó leer los rasgos positivos que conllevan, pero me decepcioné al enterarme de las debilidades. Mi pensamiento fue: «con esas características no llegaré a ningún lado».

   Esa noche no pude dormir pensando que mi vida entera estaría condenada a las debilidades de mis temperamentos. Quería servir al Señor en sus fuerzas, no en las mías. No quería jactarme de alcanzar el éxito usando mis habilidades naturales o frustrarme al fracasar por mis defectos.

   Me pregunté qué papel jugaba el Espíritu Santo en nuestra vida si vamos a vivir de acuerdo a los temperamentos. Si afirmaba que mis debilidades humanas eran imposibles de superar o me escondía detrás de mi personalidad, impediría que el Espíritu Santo me trasformara.

    Imaginé el día que tuviera que dar cuentas a Dios tratando de justificarme por mi temperamento natural, diciéndole que por eso no hice lo que debía. ¿Cómo le diría a Dios que no hice las cosas que me mandó a hacer porque soy temeroso, o que no perdoné porque mi temperamento es el de una persona que se resiente por todo? ¿Cómo le diría a Dios que logré mis objetivos, pero pasando por encima de la personas? ¿Cómo le diría que me distraje en el camino porque mi temperamento es de los que rara vez termina lo que comienza? Eso era inconcebible para mi mente y por eso me negué a vivir así.

     Entonces tomé una decisión, una de las más importantes de mi vida. Decidí someter mi temperamento a la obediencia del Espíritu Santo. Pensé que si me predisponía y creía que contaba únicamente con las fortalezas y debilidades heredadas, viviría por la fuerza de mi carne y no buscaría al Espíritu Santo para que me ayudara a dar fruto, porque asumiría que mis debilidades son incorregibles y no existiría la obra trasformadora en mí. Por eso creí que al producir el fruto del Espíritu en mi vida, como el amor, paciencia, mansedumbre o templanza, seguramente todos ellos juntos superarían las debilidades de cualquier temperamento. Cada vez que enfrentaba una de mis debilidades sometía mi vida al Señor. Cuando se las presentaba, él nunca me rechazó diciéndome: «No puedes hacerlo porque eres distraído de nacimiento», o «No te puedo escoger para una obra grande porque nunca la vas a terminar».

   Años más tarde hice el mismo examen y el resultado fue que los cuatro temperamentos salieron balanceados en mi vida. Esto es fruto de haber sometido mi comportamiento diario al Espíritu Santo hasta formar nuevos hábitos que han vencido la mayor parte de esas debilidades.

   ¡Fue glorioso comprobar que el Espíritu Santo es capaz de ayudarnos con nuestras debilidades y convertirnos en las personas que deseamos ser!

El Espíritu Santo es capaz de ayudarnos con nuestras debilidades y convertirnos en las personas que deseamos ser! 

   El Señor nos enseñó en la parábola de los talentos acerca de un hombre que intentó justificarse ante su señor por haber enterrado el talento que le había sido confiado. Dijo: «Tuve miedo», lo que significa que fue dominado, no por un adulterio, fornicación o inmundicia, sino por un simple temor.NO LO LOGRO ENTENDER
   No es necesario cometer actos lascivos, herejías, adulterios, fornicaciones u orgías para ser carnales. Basta con dejarse dirigir por una naturaleza caída para serlo. Si intentas servir a Dios tomando como base tu naturaleza humana, terminarás justificando tus fracasos y debilidades. Si dices que el temperamento es tu única fortaleza pero también tu debilidad, ¿dónde está entonces la fuerza del Espíritu? Al hablar de esta manera reconoces que caminas de acuerdo a tu propia fuerza.

   No puedo negar la existencia de estos temperamentos, es más, hemos utilizado este estudio para conocer mejor a nuestros hijos y educarlos, y mi esposa Sonia lo ha usado en ciertas enseñanzas que ha impartido. Pero estoy seguro que el Señor no habría hecho la obra que ha realizado en nuestro ministerio si no hubiera sometido las debilidades de mi carne al Espíritu Santo. En vez de justificarlas con los temperamentos, decidí someterlas a la obediencia al Señor.

EL PODER TRANSFORMADOR.
 
   En una oportunidad, conversando con mi suegro, un hombre que llegó a ser gran amigo mío, me relató esta historia. Cierta vez, los directivos de una iglesia estaban en el proceso de decidir a quién invitar a ministrar en una de sus reuniones. Uno de ellos, un hombre mayor, insistía en invitar a un joven que demostraba tener la unción sobre su vida y que Dios lo acompañaba con señales y prodigios. Fue tal la insistencia que otro integrante de la
directiva se enojó y dijo: «¿Por qué tiene que ser ese joven? Pareciera como si tuviera el monopolio del Espíritu Santo». A lo que el anciano respondió: «Seguramente no, pero el Espíritu Santo sí tiene el monopolio del joven».

   Después de contarme esta historia, mi suegro concluyó diciéndome: «Jamás podrás tener el control del Espíritu Santo, pero procura ser ese joven de quien el Espíritu Santo tiene el control».

La unción trasformadora estará sobre personas que desean ser transformadas, y no solo sobre aquellos que desean ser usados para transformar a otros. 

   Muchos desean ser usados por el Señor para transformar la vida de otros, pero pocos quieren ser transformados por él. No dudo que estás leyendo este libro porque te interesa la unción, pero quiero recordarte que esta recibe el calificativo de «santa». 

La unción trasformadora estará sobre personas que desean ser transformadas, y no solo sobre aquellos que desean ser usados para transformar a otros.
 
   Es necesario comprender que la santidad está basada en la fe que tenemos en la gracia de Jesús, capaz de santificarnos.

    La gente se ha equivocado al interpretar la santidad como el comportamiento perfecto, libre de defectos y errores. Pero no es así. Vivir en santidad es entregarte a cumplir aquellos mandatos que él nos da y que nos transforman cada día. Si el Señor toma barro en sus manos para hacer una vasija, desde el momento que lo toma es santo, porque la palabra santo significa «apartado para él». Dios apartó ese barro para darle forma. La gente se equivoca al pensar que si alguien es perfecto, Dios lo ungirá. Pero eso no es verdad en ningún hombre a lo largo de toda la Biblia. No hay profeta o apóstol en todas las Escrituras que haya sido perfecto, y hoy seguramente tampoco existe uno, pero sí hay quienes se han consagrado a él para vivir una transformación constante, como el barro en las manos del alfarero.

    Algunos, al ver el poder de Dios manifiesto a través de mi vida, podrían pensar que soy perfecto, pero no es así. Estoy lejos de alcanzarlo, pero una cosa hago, consagro mi vida a Dios todos los días para que me siga transformando.

    El Salmo 139: 1. 6 dice: Señor, tú me examinas, tú me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la distancia me lees el pensamiento. Mis trajines y descansos los conoces; todos mis caminos te son familiares. No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú,SEÑOR, ya la sabes toda. Tu protección me envuelve por completo; me cubres con la palma de tu mano. Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo».

   No podemos ser trasformados sin su presencia. Dios nos llena esperando convertirnos en portadores de su santa unción a donde vayamos. Él nos da su Espíritu no porque seamos santos, sino para que lleguemos a serlo. Sin su presencia es imposible alcanzar la santidad.

   Cuando leí por primera vez este salmo supuse que los pensamientos, las palabras, el caminar, el acostarse y el levantarse de aquel hombre eran perfectos, y por eso Dios lo había rodeado, pero conforme medité en la Escritura y con los años que he pasado en su presencia me di cuenta que estaba equivocado. Meditemos en su palabra por un momento. El salmista dice: «Tu protección me envuelve por completo; me cubres con la palma de tu mano. Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión; tan sublime es que no puedo entenderlo.

   Si este hombre fuera perfecto en su actuar, pensar y sentir, la presencia de Dios hubiera sido completamente natural para él, se hubiera sentido merecedor de tal privilegio, pero no era así. Creo que pensó diferente. Se dio cuenta que por muy bueno y justo que fuera su comportamiento, no era suficiente para estar ante semejante presencia, y por eso se declaraba indigno. Sus palabras podrían ser: «Señor, ¿cómo te atreves a rodearme con tu presencia y a poner tu mano sobre mí, conociéndome como me conoces? Sabes que no soy el mejor de tus hijos, sabes que mis pensamientos no siempre son buenos y que mi actuar no es perfecto.

UN ENCUENTRO EN LA INTIMIDAD.
 
   Amigo, el Señor conoce tus palabras cuando aún no están en tu boca. Conoce tu corazón y cada detalle de tu ser, sin embargo, su mano está sobre ti y ha decidido rodearte
con su presencia. ¿Acaso no es maravilloso e incomprensible tal conocimiento? Él no espera que seas perfecto para rodearte, más bien te rodea para que puedas mejorar. No debes ser santo para recibirle, sino que la presencia de Dios te ayuda a ser santo como él

No debes ser santo para recibirle, sino que la presencia de Dios te ayuda a ser santo como él.
   ¿Por qué creo que es así? Porque unos versículos más adelante la Palabra dice: «¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia? Si subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo del abismo, también estás allí. Si me elevara sobre las alas del alba, o me estableciera en los extremos del mar, aun allí tu mano me guiaría, ¡me sostendría tu mano derecha!» (Salmo 139:7-10)

    Ahora te pregunto: ¿Por qué querría un hombre tan justo huir de la presencia de Dios? Probablemente tanta presencia lo hacía sentir indigno. En mi caso, los once años que oré y pedí su unción no se comparan con lo que recibí y ahora tengo. Su deseo de concedérmela sobrepasó mi deseo de tenerla. Mi tiempo de oración no tiene proporción con el precio que él pagó en la cruz. Dios quiere darte tanto que cualquier cosa que hagas queda pequeña frente a su deseo de ungirte. La unción que recibes del Señor no es producto de lo que hagas por obtenerla, sino de su intenso deseo de dártela. Siendo un tesoro de incalculable valor, te la dará solamente si la deseas y aprecias.

    Él quiere rodearte y te buscará donde estés. No importa cuánto intentes esconderte o huir, no existe el lugar donde él no pueda encontrarte. Dios literalmente está persiguiéndote para transformarte. Si deseas tener la unción sobre tu vida y ministerio, lo primero que debes hacer es dejar que esa presencia te inunde de pies a cabeza y de adentro hacia afuera. Debes ser sensato y dejar que la presencia del Señor te transforme para luego buscar la unción que te permita ayudar a cambiar a otros. No hay nada tan maravilloso como dejar que el Espíritu Santo obre en nosotros y nos transforme.

   El profeta Isaías sufrió una trasformación en la presencia de Dios antes de poder decir: «Heme aquí, envíame a mí». Su boca, su lengua, todo su ser cambió ante la gloria del Señor. Al estar en su presencia sintió un miedo de muerte y su pecado le fue revelado.

   Nuevamente podemos ver con claridad el proceso: La presencia de Dios lo rodeó, un ser angelical bajó del trono de Dios y tomó un carbón encendido para transformarlo. No lo rodeó porque su caminar fuera perfecto, sino para que pudiera serlo.

  Las personas transformadas por el Señor son gente de oración que mantienen una comunión e intimidad con él. No solamente estudian la Palabra, sino que pasan tiempo ante su presencia.

   Las personas transformadas por el Señor son gente de oración que mantienen una comunión e intimidad con él. No solamente estudian la Palabra, sino que pasan tiempo ante su presencia. Aquel que busca a Dios para que su corazón, sus palabras y sus pensamientos sean escudriñados, reconociendo que necesita ser transformado, es quien conocerá más profundamente al Espíritu que puede hacerlo.

   Si no quieres que el Espíritu de Dios cambie tu vida tampoco lo conocerás mucho. Podrías tener conocimientos teóricos acerca de él, pero no necesariamente lo conocerás en la intimidad. Cuando desnudas tu vida delante del Espíritu te sometes a un cambio radical en tu forma de pensar, hablar y actuar, además de recibir la manifestación de su verdadera naturaleza. Él te revelará su Espíritu si tú le desnudas el tuyo. Mientras más le abras tu corazón, más te abrirá el suyo. Recuerda: Acércate a Dios y él se acercará a ti.

   Esa es la "oración contempladora», aquella que ocupa tiempo en contemplar a Dios y su majestad, la que verdaderamente transforma, no la que solamente repite vanas palabras. El cambio profundo empieza en el momento que llegas a sus pies y le dices: <Señor, soy una persona de corazón duro y lo sabes, no lo puedo esconder de ti». Cuando estás delante de su presencia y le dices: "Señor, tú conoces mi carácter, conoces lo que hago, conoces cada cosa que digo, aquí estoy, cámbiame", expones tu vida a una trasformación que gradualmente te llevará a conocer íntimamente al Espíritu. Él busca en intimidad a quienes demuestran su anhelo por encontrarlo.

   Aunque te cueste creerlo, no debes pensar solamente en cuánto lo anhelas tú a él, sino también en cuánto él te anhela a ti. Por eso la Escritura enseña que el Espíritu Santo te anhela celosamente.

   Recuerdo que en una oportunidad le pedía al Señor que se manifestara y que hiciera descender su poder en las reuniones y tocara a la gente. Oraba para que esto siempre ocurriera. Pero un día el Espíritu Santo me habló y me dijo: "Hoy descenderé con mi poder no porque la gente me anhele, sino porque es mi anhelo hacerlo". Y añadió: "Muchos han enseñado que deben de anhelarme, pero pocos han comprendido cuánto los anhelo a ellos". Y continuó explicando: "En la comunión entre dos personas, el anhelo es mutuo y no hay deseo más grande que el mío por ustedes". Buscar al Espíritu es el inicio de una maravillosa relación entre él y tú.

   Si nos anhela tanto que quedó escrito, aprovechemos esa circunstancia para anhelarlo nosotros. Este deseo y búsqueda de doble vía producirá una maravillosa relación: el amor que le demos y el que recibiremos de él.

   Estimado lector, aunque seas una persona exitosa, buen estudiante, gran empresario y profesional, necesitas alcanzar el éxito espiritual. Ver la Gloria de Dios reflejada en tu vida es el mayor de los éxitos. Búscala. 
Bibliografia. En honor al Espíritu Santo. Cash Luna. Editorial vida.Miami, Florida 2010 pag.23 a la 34

No hay comentarios:

Publicar un comentario