viernes, 9 de febrero de 2018

NO ES ALGO, ES ALGUIEN.

   Una noche desperté repentinamente a las tres de la madrugada con un profundo llanto. Me había dormido pensando en la forma de explicar las manifestaciones del poder de Dios a quienes lo cuestionaban. Cuando la presencia de Dios se manifiesta, ocurren cosas inusuales. Por ejemplo, personas caen al suelo o tiemblan ante una descarga de poder divino sobre ellas. Es difícil comprender la razón de la duda y cuestionamiento de aquellos que observan, ya que los humanos estamos acostumbrados a ver las reacciones que el cuerpo tiene ante determinadas cosas, como la anestesia. No nos llama la atención cuando alguien está como atontado, adormitado y sin capacidad tan siquiera para hablar como resultado de un medicamento. Los efectos de las cosas naturales e incluso químicas son aceptados por nuestra mente, pero nos cuesta asimilar los efectos provocados por el poder del Espíritu Santo. Con mucha tristeza veo cristianos avergonzados por esas manifestaciones de poder. Se sienten tan confundidos que incluso intentan esconderlas para evitar que la gente se asuste.

   Esa noche desperté llorando. No era un llanto de tristeza o agradecimiento, sino provocado por la sensación de haber recibido una impresión muy fuerte. No sabía de dónde venía, pero podía sentir la presencia del Espíritu Santo frente a mí diciéndome: «Donde quiera que vayas, dile a mi gente que los amo como son, con sus virtudes, fortalezas, defectos y debilidades». Luego de esa frase se hizo silencio y lloré más intensamente, sabía que él no había terminado de hablar. Efectivamente, continuó diciendo: «Quiero que les digas que me acepten como soy, no como pretenden que sea, porque no puedo negar quién soy».

   Entonces vinieron a mi cabeza imágenes de reuniones en las que he ministrado. Vi al Espíritu Santo acercándose a una persona que no aguantaba semejante presencia y se quebrantaba llorando. Luego lo vi acercándose a otra persona que simplemente reía a carcajadas porque un gozo sobrenatural la inundaba. Otro temblaba al no tolerar ese gran poder. Y mientras él se acercaba a la gente, los cuerpos reaccionaban ante su poder. Otros, en la misma reunión, se incomodaban y molestaban juzgando esas manifestaciones. Luego sentí que él me miraba y con su expresión me decía: «¡Qué quieren que haga! Así soy yo».

 Intentar evadir las manifestaciones del Espíritu Santo es como querer acercarse a una flor y no sentir su aroma, meterse al agua sin mojarse o poner la mano al fuego y pretender no quemarse.

    En ese momento comprendí que no puedo darle la mano a un campeón de levantamiento de pesas sin sentir en ese apretón una presión más fuerte de lo común, aunque para él es simplemente su fuerza natural. No puede evitar apretar con fuerza porque así es él.  Todo eso sucederá porque la naturaleza de los elementos no puede negarse a sí misma. El Espíritu Santo tampoco puede negar su naturaleza solo porque algunos no lo entiendan. Si él es capaz de aceptarnos a pesar de la clase de personas que somos, nosotros también debemos aceptarlo a él tal y como es.

    Su presencia es poderosa, y es inevitable sentirla cuando está a nuestro alrededor o nos inunda. Pensar en evitarlo es tan ingenuo como meter el dedo en un tomacorriente y pretender que la electricidad no nos sacuda. La electricidad provoca una reacción en nuestro cuerpo aunque no sepamos cómo funciona, de la misma manera que las manifestaciones del poder de Dios causan un efecto en nuestro cuerpo, aunque no las entendamos del todo.

   El Espíritu Santo no debería evitar el momento de manifestarse por temor a impresionarte. Si lo hiciera, no sería él. Imagina que hubiera círculos religiosos donde no imponen manos porque la gente se cae y quieren evitar que los nuevos miembros se asusten. Con esa actitud, seguramente ahora, en nuestro tiempo, Jesús no hubiera podido resucitar a Lázaro ni caminar sobre el agua. Imaginemos por un momento a los discípulos pidiéndole que sea más discreto porque ponerle saliva mezclada con barro en los ojos a alguien o multiplicar los panes y peces son actos escandalosos. Quizá le dirían: «Cuidado Jesús, mira que ya te quieren hacer Rey. Piensan que eres político y que por eso les diste de comer a todos. ¿Qué te parece si llevamos adelante un ministerio más calmado?». Yo no me atrevería a proponerle semejante cosa a Jesús ni al Espíritu Santo. Recordemos que él es el Señor y nosotros solamente somos sus siervos. Prefiero el fracaso a limitar su poder.

   Él no puede negarse a sí mismo. Tenemos que aprender a conocer y a aceptar al Espíritu tal y como es, y no como deseamos que sea. De esa forma lo reconoceremos donde quiera que esté. Debemos pedirle perdón al Señor si hemos querido juzgarle con nuestra mente tan pequeña. No trates de entender el poder de Dios que se manifiesta de tantas formas tan extrañas como abrir el mar, derribar los muros o resucitar a los muertos. No podemos esperar que actúe o piense como los hombres, porque no es uno de ellos, él es Dios. Respeta y ama su personalidad para poder relacionarte con él.

LA TERCERA PERSONA.
   ¿Quién es la tercera persona de la Trinidad? Cuando hago esta pregunta me responden que es el Espíritu Santo, porque es lo que aprendimos desde niños. Es verdad que el Espíritu Santo es una de las tres personas que componen la Trinidad, pero no necesariamente ocupa el tercer lugar. No existe un pasaje en la Biblia que lo afirme.

   Aun así, en la mente de la mayoría el Espíritu Santo ocupa el tercer lugar, porque tenemos grabada en nuestro subconsciente una enseñanza equivocada. El problema de ser «la tercera persona» es que nadie le presta atención a quienes ocupan el tercer lugar en algo. Pregunta quién ganó una competencia y muchos sabrán el nombre del campeón, tal vez incluso respondan quién quedó en segundo lugar, pero nadie sabe qué equipo terminó en el tercer puesto.

El Espíritu Santo no ocupa el tercer lugar en la Trinidad. Él es tan importante como el Padre o el Hijo, siendo los tres uno solo

   El Espíritu Santo no ocupa el tercer lugar en la Trinidad. Él es tan importante como el Padre o el Hijo, siendo los tres uno solo. Al interpretar que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad, en su subconsciente la gente le da el tercer puesto en importancia
sin ser así. No puedes tener una buena relación con el Espíritu Santo si no le das la
importancia que merece. Tu comunión con él será mejor cuando lo valores como la divina persona que es.

    Al escuchar acerca de él, nuestra mente siempre piensa en objetos con los que lo relacionamos, como si fuera~algo~ y no ~alguien». Pensamos que es una paloma porque
fue la forma que tomó al descender en el bautismo de Jesús, o creemos que es fuego porque recordamos las llamas sobre la cabeza de los discípulos el día de Pentecostés. Pero no es una paloma y no es fuego, es una persona de la divinidad con quien puedes relacionarte, Embriaga como vino pero no es vino, unge con aceite pero no es aceite, se siente como un soplo pero no es viento, y nos llena con ríos de vida pero no es agua, El Espíritu Santo es una persona divina, no natural.

    Él habla, escucha, enseña y nos anhela. Nos guía, nos recuerda la Palabra, nos santifica e intercede por nosotros. Se le puede resistir y apagar, se le puede hacer enojar o entristecer. No podemos estudiarlo sistemáticamente, pues no podemos encerrar en un concepto a una persona. De la misma forma que no me serviría estudiar todas las cualidades de mi esposa Sonia si no tengo comunión con ella, así mismo es inútil entender todo sobre él si no tengo comunión en su presencia. El Espíritu Santo es sobrenatural. Más que estudiarlo hay que conocerlo, y para lograrlo hay que tener intimidad con él.

   Ser bautizado en el Espíritu Santo y hablar en otras lenguas no significa que le conozcas. Conocer todos sus atributos y cualidades no necesariamente conduce a una mayor intimidad, Igual que en una relación con otra persona, debes pasar tiempo con él para conocerlo. Lo más importante en nuestra vida debería ser caminar en la presencia de Dios. Su compañía vale más que cualquier cosa. Por esa razón, el Señor nos ha dado al Espíritu Santo que nos acompaña y nos da el poder de Dios.

 LA IMPORTANCIA DEL ESPÍRITU SANTO
   Toda la Biblia muestra la importancia que el Espíritu Santo tuvo en la creación, con los profetas, en la vida de Jesús y la evolución de la iglesia primitiva. Fue él quien engendró a Jesús en el vientre de María. Su llenura fue lo primero que le dio a Juan el Bautista cuando ambos estaban aún en el vientre de sus madres. Elisabet sintió que el bebé brincó de alegría en sus entrañas y fue lleno del Espíritu Santo al escuchar la voz de María. Jesús no había nacido todavía, pero el Espíritu Santo ya se había manifestado a través suyo. Lo primero que dijo Juan el Bautista acerca de nuestro Señor fue que bautizaría en Espíritu Santo y fuego. Al siguiente día lo llamó «el Cordero que quitaría el pecado del mundo», sugiriendo que el bautismo en el Espíritu es tan importante como la redención. Juan el Bautista reconoció que Jesús era el Mesías porque vio descender y permanecer al Espíritu Santo sobre su cabeza.  

   Cuando Jesús fue bautizado en agua, escuchó la voz del Padre desde el cielo y vio al Espíritu que vino sobre él en forma de paloma. Inmediatamente después, en Lucas 4: 1, dice: «Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto». Luego del desierto y vencer las tentaciones, en Lucas 4: 14 dice: «Jesús regresó a Galilea en el poder del Espíritu, y se extendió su fama por toda aquella región». Es decir, que la fama de jesús creció por el poder del Espíritu Santo.

   En su ministerio sanó a los enfermos y curó dolencias porque estaba ungido con el Espíritu. También declaró a los fariseos que si por el Espíritu echaba fuera demonios, era porque el Reino de Dios se había acercado. ¿Y sabes de quién habló en su primer mensaje en la sinagoga? iHabló acerca del Espíritu Santo!

   En la última cena, el día que iba a ser entregado, dio instrucciones a sus discípulos. Muchas de ellas fueron acerca de la obra del Espíritu Santo, llegando incluso a asegurarles que era conveniente su ausencia para que el Consolador llegara. Cuando Jesús murió se entregó mediante su Espíritu eterno y resucitó por el mismo poder.

   Antes de ascender al cielo se le apareció a sus discípulos durante cuarenta días, les dio mandamientos por el Espíritu y les comunicó la promesa del Padre de bautizarlos en poco tiempo en el Espíritu Santo.

   En el día de Pentecostés fueron llenos al aparecer lenguas de fuego sobre sus cabezas. En ese momento, el apóstol Pedro se puso de pie y dio el primer mensaje de la historia de la iglesia cristiana. ¿Cuál fue su primer tema de predicación? ¡El Espíritu Santo! Dijo: ~Compatriotas judíos y todos ustedes que están en Jerusalén, déjenme explicarles lo que sucede; presten atención a lo que les voy a decir. Éstos no están borrachos, como suponen ustedes. ¡Apenas son las nueve de la mañana! En realidad lo que pasa es lo que anunció el profeta Joel: "Sucederá que en los últimos días -dice Dios-, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano* (Hechos 2: 14-17a).

   Luego habló de Jesús como el enviado de Dios para salvar al mundo. Durante el mensaje la gente compungida de corazón empezó a aceptar a Jesús como su Salvador, y de inmediato les dio la promesa del don de Dios: el Espíritu Santo.

   Su presencia era lo más importante en la iglesia primitiva. Leemos en el libro de los Hechos una y otra vez cómo el Espíritu Santo se manifestaba. Ellos oraban para que todos fueran bautizados en el Espíritu. Ministraban en su poder, ¡incluso ser lleno del Espíritu era un requisito para los futuros diáconos! Pero ahora sucede lo contrario. Le hemos restado importancia, y es de lo último que se habla. Al parecer se le da importancia solo para las vigilias, para el bautismo o para recibir sus dones. Esto no puede ser. Debemos volver a la senda antigua, por la que caminó Jesús y sus discípulos. En esta senda lo primero que se reconoce es su presencia.

   La clave de todo mover de Dios está en que entiendas y creas en la importancia que tiene el Espíritu Santo como la persona divina que es y te comportes de acuerdo a esa fe.

    Si le has quitado importancia al Espíritu Santo debes pedirle perdón a Dios. Si te has enfriado y has tomado una mala actitud para con Dios y el Espíritu Santo, es un buen momento para acercarte de nuevo.

    No existe razón para que te apartes del Señor, no ganas nada alejándote del camino y de la presencia del Espíritu Santo. La clave de todo mover  de Dios está en que entiendas y creas en la importancia que tiene el Espíritu Santo como la persona divina que es y te comportes de acuerdo a esa fe. 

   Sé sincero contigo mismo y sensato en tus actos. Dios nunca te ha hecho nada malo para que te apartes de él. Todo lo contrario, ha tenido paciencia, te ha bendecido, te ha amado siempre y ha luchado por ti. El Espíritu Santo siempre está contigo y es tu Consolador. Te unge, te da fuerzas y poder.

COMUNIÓN E INTIMIDAD.
   Hace tiempo, aún soltero, pasé por una prueba económica muy fuerte. Debido a esto tuve que dejar de estudiar en la universidad, aunque años después pude regresar a ella para graduarme. Pero en esos tiempos, por razones ajenas a mi buena voluntad, me quedé sin tener dónde vivir. El día que tuve que salir de la casa en donde estaba, sin saber a dónde iba y dónde dormiría aquella noche, le dije a Dios: «Iré a la iglesia a adorarte, sin preocuparme por dónde habré de dormir, y sé que tú me proveerás».

   Adoré al Señor con todo mi corazón en aquel servicio, y la paz de Dios me sobrecogió. Al terminar, un amigo se acercó y me invitó a almorzar a la casa de su abuelita. Lo primero que vino a mi mente fue: ~Ya Dios proveyó donde comer». Luego del almuerzo, mi amigo me dijo que podía quedarme a dormir en su casa, pero el único lugar que había era un cuartito que solo contaba con una alfombra. ¡Yo saltaba de alegría porque ya tenía un techo donde pasar la noche! Al despedirnos de su abuelita, ella me dijo que tenía algo que enseñarme y me llevó a la parte de atrás de su casa, al dormitorio de servicio, y me mostró una cama plegable, lo que en algunos lugares se conoce como «catre». Me preguntó si me serviría para no tener que dormir en la alfombra, y lo acepté con mucha gratitud. Aunque mohoso y con olor a humedad, con un poquito de limpieza quedó maravilloso. ¡En ese momento sentí que ya había comenzado a prosperar! Dios no dejó que durmiera en el piso, sino que ya tenía esa cama. Entendí que aunque tuviera con qué comprar la mejor cama del mundo, no podía comprar el sueño ni el descanso que solo el Señor me podía dar.

   Para muchos esa soledad podría ser letal, se llenarían de tristeza y pasarían quejándose todo el tiempo. Sin embargo, yo esperaba con ilusión ese tiempo a solas con él en aquel dormitorio.

    En ese entonces, Sonia y yo ya éramos novios. Todos los días después de mi trabajo la iba a visitar, y de allí emprendía la travesía de regresar a la casa de mi amigo, donde vivía. Siempre recordaré la hora en que salía, porque al encender la radio cristiana comenzaba la programación en inglés. Así aprovechaba el largo camino para adorar y meditar en la Palabra de Dios por medio de este programa. Pero lo que más deseaba era llegar a aquel pequeño dormitorio y disfrutar de su presencia en mi soledad.

   Una amiga amablemente me prestó una guitarra muy particular. Era más pequeña del tamaño estándar, no tenía las seis cuerdas, pues le faltaba una, y las cinco que le quedaban estaban desafinadas. Como no soy músico no sabía afinarla, y tampoco me importaba que no tuviera la sexta cuerda. Así que en ese pequeño cuarto con la guitarra desafinada, y más desafinado yo, aprovechaba mi soledad para adorar a Dios, sin saber que él me estaba preparando para caminar en su poder. Fue allí donde aprendí a buscarle.

   A lo largo de esta experiencia aprendí que si el Espíritu Santo está con uno, jamás estaremos solos. ¡Qué mal se debe sentir él, siendo nuestro compañero, cuando escucha nuestras protestas de soledadI Si él está contigo, jamás te quejes de estar solo.

Aprende a aprovechar tus momentos de soledad. A veces son necesarios para conocer íntimamente a la persona del Espíritu Santo.
 
   Fue así como conocí profundamente al Espíritu Santo. En esa soledad aprendí a conocer «al que todo lo puede~. Meditaba, oraba y le cantaba. ¡Era hermosol Hoy recuerdo esos tiempos como una de las épocas más lindas de mi vida. Se conoce tanto a Dios en la intimidad. ¡Gracias, Señor, por esa bendita soledad!

    Aprende a aprovechar tus momentos de soledad. A veces son necesarios para conocer íntimamente a la persona del Espíritu Santo.

   Muchos quieren ser llenos del Espíritu Santo, pero no ser guiados por él. Jesús fue guiado al desierto para estar a solas en intimidad con él y recibir su poder. Hay quienes no creen que el Espíritu pueda guiarles a un desierto, porque lo asocian con algo malo. Pero puede tomarte de la mano y llevarte a momentos de soledad para que lo conozcas más. Cuando estés atravesando ese desierto no hagas menos al Espíritu renegando de tu soledad, porque él nunca te abandonará, siempre estará contigo para ayudarte, como lo estuvo con Jesús.

   Si has sido lleno de la presencia del Espíritu Santo debes dejarte guiar por él. La llenura y el caminar con el Espíritu son dos cosas diferentes. Hay un desierto en medio de ellas. El mismo donde debes aprender a estar a solas con él para que te invite a que le conozcas y puedas caminar en su poder, porque no se puede caminar en el poder de alguien que no conoces.

   El apóstol Pablo escribió: ~Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes» (2 Corintios 13: 14).

   El amor del Padre se manifestó al enviar a su Hijo a morir por nosotros, y la gracia de Jesucristo se manifestó en la cruz al salvarnos del pecado y de la muerte. El Espíritu Santo es la persona divina que ahora está con nosotros, con quien podemos hablar, tener comunión e intimidad.

   Una cosa es tener comunión con el Espíritu y otra es tener intimidad. Tener comunión con alguien es compartir tiempo con esa persona, hablarse y escucharse mutuamente. Tú puedes tener comunión con él mientras vas en el carro, en tu trabajo o en la fila del banco. Puedes hablar constantemente con él durante todo el día.

   Sin embargo, tener intimidad implica estar a solas con él en un lugar donde nada ni nadie te interrumpa. Allí se manifestará y te mostrará lo que tiene para ti. De esa forma es como se revelan la mayoría de sus planes para tu vida y eres transformado por su poder. Es allí donde son reveladas cosas que ojo no vio ni oído oyó, y no pueden aprenderse de otro ser humano. Él desea revelarte lo que te ha sido concedido, las cosas de Dios y lo profundo de
su ser. Esto no lo aprendes únicamente leyendo, sino pasando tiempo en su presencia.

   Lo primero que el Espíritu te revela en intimidad son las cosas que el Padre tiene para tu vida. Te dice qué y cuándo pedir, pues sabe qué te toca y en qué momento. Luego te enseña las cosas de Dios, sus características como proveedor, salvador y sanador. Y por último te muestra lo profundo de Dios, aquello que está en su corazón: cómo piensa, qué le agrada y desagrada. Esas son las profundidades de Dios.

   Cuando no buscas intimidad con el Espíritu pierdes muchas bendiciones, pero sobre todo, dejas de conocer lo más profundo del carácter y el corazón de Dios. Por eso, para conocer al Padre es necesario tener comunión con su Espíritu. Él escudriña tanto el corazón de Dios como el nuestro y los hace uno solo.

   Levanta tus manos ahora mismo al Señor y cierra tus ojos. Búscalo. Estar a los pies del maestro con una guitarra desafinada de cinco cuerdas, o con un CD de adoración de fondo, es lo más maravilloso de la vida. En un catre con moho o en una buena cama. En una casita o en una mansión. Con mucho o poco dinero, pero siempre a los pies de Jesús. Es allí donde anhelas estar. Olvídate de las penas económicas o la prisa de las citas del medio
día, búscalo con todo tu corazón. Nada vale más que ese momento en la presencia de Dios.

Ora conmigo: «Padre, ayúdame, quiero conocerte. No renegaré de la soledad, quiero encontrarte en la intimidad. Quiero adorarte, Señor~.
Cash Luna. En honor al Espíritu Santo. Editorial vida.Miami, Florida 2010 pag.35 a la 49

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