El crecimiento del cristiano guarda una relación intrínseca con el factor de la ofensa. Es imposible encontrar a un cristiano maduro que no haya sido enfrentado con la decisión de perdonar traiciones, heridas y ofensas.
Jesús habló de esto a sus discípulos, de distintas maneras, pues debía asegurarse de que ellos aprendieran a lidiar con la ofensa y a mantener limpios sus corazones.
Desde el comienzo del capítulo 18 de Mateo y hasta el verso 35, Jesús habla de los peligros de no perdonar. Ésta es la mejor disertación o enseñanza que se pueda escuchar acerca de este tema. De labios del mismo Jesús, sale lo que Él cree y piensa acerca de la ofensa y el perdón. En esta primera parte, comenzaremos por el capítulo 17, el cual nos llevará a comprender mejor el tema.
“24Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? 25Él dijo: Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños? 26Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego los hijos están exentos. 27Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti”. Mateo 17.24-27
Antes de que Pedro entrara en la casa, Jesús ya sabía de qué le venía a hablar. Él podría haber dicho: “Yo soy el hijo de Dios, no tengo que pagar los impuestos para mi templo”; pero, para no ofender a los cobradores ni serles de tropiezo, los pagó. Sin embargo, lo hizo demostrando quién era, ya que el dinero fue sacado, milagrosamente, de la boca de un pez. Ésa fue una señal sobrenatural.
Es necesario que venga la ofensa.
El capítulo 18 comienza con una pregunta por parte de los discípulos, la cual poco tiene que ver con lo que Jesús estaba expresando:“1En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?” Mateo 18.1
¿Qué tiene que ver esta pregunta con lo que acaba de pasar? ¿Por qué los discípulos le hacen a Jesús un planteo como éste, cuando Él está hablando de los impuestos? La razón de esta pregunta es que ellos tenían una riña. Jesús hacía milagros y les enseñaba los mayores misterios que ningún hombre hubiera antes conocido, pero ellos estaban envueltos en resolver sus aspiraciones humanas.
En aquel tiempo, cuando alguien se convertía en discípulo de un rabino, su mayor ambición era llegar a ser maestro o rabino y tener sus propios discípulos. Para esto, debían destacarse sobre el resto. Ésa era la razón por la que les preocupaba tanto la posición; su mentalidad era carnal y mundana. ¡Y usted se sorprende cuando ve, alrededor de su pastor, líderes que buscan posición...! Si Cristo, el hijo de Dios, tenía ese problema, ¿cómo no lo vamos a tener los pastores?
En el corazón de los discípulos, había un problema de ofensa. ¡Qué bien conectó, Jesús, los puntos en este asunto! Muchas veces, usted no sabe que tiene un problema hasta que la Palabra lo expone; ella pone de manifiesto lo que está oculto en nuestro corazón.
¿Cuál era la ofensa?
“33Y llegó a Capernaum; y cuando estuvo en casa, les pre-guntó: ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? 34Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor”. Marcos 9.33, 34
Los discípulos estaban ofendidos porque cada uno quería tener un lugar de eminencia en el reino de los Cielos; codiciaban una posición al lado de Jesús, que fuera mayor a la de los demás. Allí emergió lo que había en sus corazones. Pero Jesús, el Verbo hecho carne, conocía sus pensamientos y los expuso para limpiarlos. Por todo esto, usted no puede decir: “Pastor yo no tengo nada, yo no estoy buscando posición”, porque no se da cuenta hasta que la Palabra lo expone y lo confronta. La Palabra es un espejo para nuestro corazón, que nos muestra por qué no debemos confiar en nuestra propia prudencia. Para grabar esto en nuestros corazones, Jesús nos da una ilustración que nos enseñará los principios más importantes para ser grandes en su reino.
“2Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, 3y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. 4Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos”. Mateo 18.2-4
Necesitamos limpiar nuestro corazón hasta que sea tan puro como el de un niño, cuyo fin no es lograr una posición; éste es enseñable y está dispuesto a obedecer. Veamos ciertos principios que se desprenden de la enseñanza del Maestro:
1. Es necesario ser humilde.
Para ser grande en el Reino, el ser humano debe ser capaz de perdonar y, para esto, primero necesita humildad.
¿Qué tiene un niño que no tiene un adulto?
Usted insulta a un niño ahora y, más tarde, él mismo le está dando un abrazo; pero, si insulta a un adulto, le estará esperando para devolverle el golpe. El niño es humilde y sabe perdonar la ofensa de inmediato, la olvida y no guarda rencor.
¿Qué significa humillarse?
Humillarse es la traducción del griego taipenóo, que significa rebajarse, bajar. Cualquiera que se rebaje como un niño, obtendrá el mayor lugar en el reino de los Cielos.
Preste atención a esta figura: Los discípulos están en círculo y, en el centro del mismo, está Jesús con un niño, diciéndoles que si no se vuelven como éste, no podrán entrar al reino de los Cielos. No importa lo que les hagan, los niños perdonan; no importa si los maltratan, siempre perdonan y están dispuestos a humillarse.
Humildad no se trata de decir: “no puedo, no valgo nada, no sirvo...”. Humildad es rebajarse, voluntariamente, sabiendo quién es uno en Cristo. Cuando nos enfrentamos a un asunto difícil, un desacuerdo, un malentendido, una ofensa, la humildad es decir: “No soy el culpable, pero voy a pedir perdón”. La clave para ser mayor en el reino de los Cielos es ser como un niño y estar dispuesto a rebajarse todo el tiempo. Alguien le debe dinero, alguien le insultó, rebájese,
humíllese.
2. Es importante aceptarse mutuamente.
El hombre debe aprender a aceptar a sus hermanos y no ser de tropiezo para ellos. En la cita, Jesús sigue hablando del niño...
“5Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe”. Mateo 18.5
¿A quién representa el niño?
“6Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar”. Mateo 18.6
El niño que está en el centro representa a cada hombre que cree en Jesús como su Señor. Para el Padre, ellos son sus pequeños, indefensos, inocentes, necesitados de amor y de cuidados especiales.
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