4. La libertad impone la necesidad
de control más que la esclavitud.
Pensamos en la esclavitud como en un estilo de vida en que alguien domina y controla a otros. Pero la libertad impone la necesidad de un control aún mayor. Hay una forma de esclavitud de la que uno puede librarse, el tipo de esclavitud como el que vivieron los israelitas en Egipto. Sin embargo, hay también una esclavitud que nos imponemos a nosotros mismos por medio de nuestras decisiones irresponsables. Así que, a causa de las implicancias eternas que nuestras decisiones pueden tener sobre nosotros y los demás, cada día, este principio de libertad declara la necesidad de que nos controlemos internamente.
El gran apóstol Pablo, iniciador de muchas de las primeras iglesias, lo menciona en 1Corintios 6:12, al escribir: "Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna". Creo que Dios nos exigirá rendir cuentas de todo lo que hagamos a partir de ahora.
Debemos ejercitar un tipo de control en la libertad que no teníamos en la esclavitud: el autocontrol. Hoy existen demasiadas oportunidades para ser haragán, controlado por cosas externas. Hay demasiados televisores y máquinas de video que invaden y esclavizan nuestros hogares. Demasiadas redes de TV por cable y películas de Hollywood. Y demasiados sitios de recreación y playas, y autos veloces que nos llevan allí.
Es fácil controlar a los esclavos si se utiliza el látigo. Se impone el revólver. Se imponen los perros. Se puede amenazar a la gente retaceándole la comida o quitándole privilegios.
Pero la libertad, sin embargo, tiene aún más controles que la esclavitud, porque cuando uno es libre el control proviene de uno mismo. Uno es quien determina si va a ver TV o no. Uno es quien dice si leerá o no. Nadie puede obligarnos a hacer algo cuando somos libres. Somos nosotros quienes nos obligamos. Yeso cuesta mucho más esfuerzo que cumplir con la imposición de otros.
Cuando somos libres, decidimos levantarnos para ir a trabajar con total libertad. Luego depende de nosotros cumplir con nuestro trabajo. Lo mismo sucede con el cálculo de nuestro presupuesto y con los gastos: elegimos no gastar en hamburguesas porque tenemos que pagar el alquiler, por ejemplo. Eso requiere de autocontrol ¿verdad?
Es uno el que tiene la libertad de dejar pasar el segundo plato de pastas, de pollo asado, de postres o arroz con garbanzos. ¿No sería más fácil que Dios controlará nuestra dieta? Yo creo que lo preferiría. Odio las comidas estilo buffet, porque allí debo poner a prueba mi responsabilidad. Cuando me encuentro frente a toda esa comida, mi estómago grita "¡Torta, pollo, arroz!" y no hay nadie que me detenga. Entonces, la realidad de la libertad del apetito nos impacta. Nuestro estómago dice "Basta ya", pero nuestros ojos piden más y más. ¿No sería bueno que Dios nos indicara qué comer y cuánto? "Basta ya, hijo. No comas más". ¿No sería bueno eso? Volveríamos a estar en forma, como cuando teníamos diez años menos. Bajo el opresor, es él quien controla cuánto comemos y cuándo. No necesitamos del autocontrol.
Esto no sucede. Y es por eso que uno de los frutos del Espíritu es el autocontrol (Gálatas 5:23). Si no nos controlamos, alguien más lo hará. El fruto no viene automáticamente, sino que crece. La instrucción sobre la Tierra Prometida de Josué, en la necesidad de meditar en la palabra de Dios y permitir que el Espíritu Santo circuncide nuestro recuerdo de la esclavitud en el pasado, es muy importante en la libertad (ver Josué 1:8).
Así que verá, que en la libertad necesita más control que en la esclavitud, porque en la esclavitud nos dan solo una pequeña porción de comida, y nada más. Y cuando eso es todo lo que recibimos, no hay necesidad de controlarnos a nosotros mismos.
Todos debemos madurar como ejemplos espirituales y como líderes maduros. Las Escrituras enseñan a los líderes a controlarse a sí mismos. Al escribir a su compañero líder, Tito, Pablo dijo que el líder debe ser "... irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo" (Tito 1:7-8). A Timoteo Pablo le escribió que los líderes deben ser "sometidos a prueba primero, y entonces [ejercer] el diaconado, si son irreprensibles" (1 Timoteo 3:10).
El autocontrol es un atributo de la libertad que la esclavitud no conoce. La mentalidad de "hazlo si te hace sentir bien", del mundo moderno, tendrá que ser purgada del ciudadano del siglo XXI si vamos a cruzar el Jordán en los días por venir. Sé que nos gustaría mucho tener un cayado santo como el que tenía Moisés, y vivir nuestras vidas siendo controlados completamente desde el cielo. Pero no es así. La libertad viene cuando permitimos que Dios nos guía fuera del desierto, hacia el trabajo fructífero de Canaán: de la dependencia a la responsabilidad. Antes de morir espero ver a millones de creyentes maduros que no temen dar la buena pelea. Hablo de personas que acepten los más grandes desafíos, sabiendo qué es lo que hace falta para ganar. Anhelo ver una generación que acepte el espíritu de la responsabilidad y la industriosidad. Una generación que pueda enfrentar efectivamente el fracaso y el éxito.
Nunca conocí a un boxeador campeón del mundo que no haya perdido algunos rounds. Nadie recuerda las derrotas cuando se pone el cinturón de ganador. Pero en el cuarto round, allí estaba, sangrando y lastimado, casi incapaz de caminar hasta su rincón. Su entrenador le decía: "Puedes vencerlo". Y el boxeador protestaba: "¿Estás loco? No podré. ¡Ve tú a pelear con él, a ver si te gusta! Yo ya no puedo más". Así que el entrenador le dio un masaje y le habló. Luego le dio agua, se aseguró de que el apósito sobre su ojo estuviera firme, le frotó los hombros y le dijo que volviera a enfrentar al adversario.
Eso es lo que hace Dios cuando venimos a Él después de la pelea y sentimos que no lo lograremos. Parados allí, fielmente con disciplina y autocontrol, sentimos que el Espíritu Santo nos empapa con su balde de la Palabra y su esponja y nos dice: "Saldrás nuevamente y pelearás". Luego nos frota los hombros y nos recuerda: "Más grande es el que está en ti, que quien está en el mundo. Todo lo puedes en Cristo que te fortalece. Ahora ve y pelea. ¡Toma esa tierra!"
Nuestros días de correr y escondernos han quedado atrás. Tenemos que pelear para sacarle el jugo a la vida del otro lado del Jordán. La experiencia de Jesús en el desierto nos habla de grandes cosas. Después de su bautismo en el Espíritu, en el Jordán, el desierto fue su campo de pruebas y salió victorioso en la unción del poder de Dios. Desde ese día en adelante, Él trabajó en su vocación de ministerio, a veces veinticuatro horas al día, para cumplir con la voluntad de Dios.
Su tierra de Canaán bullía con la obra de Satanás, que había esclavizado a la humanidad en la muerte. Pero Jesús lo desposeyó, del mismo modo en que estamos llamados a hacerlo en Haití, en África, en América ... o donde sea que vivamos. Para vivir nuestra verdadera libertad debemos enfrentar y vencer con éxito a los 'itas': moabitas, cananitas... y a todos los obstáculos que se presenten en el camino que Dios nos ha prometido.
¡Administrar!
Los que tenemos oídos para oír, oímos cómo fluye el Jordán del otro lado de la colina. Estamos al final de nuestra generación. Dios nos dice: "Sus días en el desierto han quedado atrás. Así que prepárense. Digan adiós al maná. El camino fácil se cierra. Su largo camino a la nada se acaba". Preparémonos para la responsabilidad. Para el trabajo. Aceptemos la maravillosa responsabilidad de la libertad y vivamos al máximo. Jesús reparte espadas y alforjas a su pueblo en todo el mundo. Sí, los 'itas' están en la tierra prometida, y no van a ceder porque sea domingo o porque estemos armados. Pero Dios peleará con nosotros.
Mientras marchamos subiendo la colina. ¿Qué recursos le ha confiado Dios? ¿Qué hará mañana usted para descubar y mejorar los talentos que Elle ha dado? Los milagros fáciles son para los bebés.
Los milagros en colaboración son para los hijos. Así que avancemos en este siglo XXI como hijos e hijas de la tierra prometida, competentes en los asuntos de Dios. Estamos hechos de la suma total de las decisiones que tomamos cada día. ¡Administrar, administrar, administrar! ¡Es hora de avanzar!
Myles Munroe. En busca de la libertad. Primera edición 2005. Editorial Peniel. Pag 227a la 231.