sábado, 19 de octubre de 2019

EL GRAN INTERCAMBIO.Parte I

   Cuando recibimos a Jesús, Él se convierte en nuestra propia vida. Dice la Escritura: “con Cristo soy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne ( cuerpo físico) lo vivió en la fe del hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2.20).

   Comenzamos a entender la plenitud de la nueva vida que hemos recibido cuando reconocemos:

-. Hasta que punto Jesús se convirtió en nuestro sustituto, tomando nuestro pecado y muerte Sobre Si mismo.

-. Como su muerte sacrificial y posterior resurrección, permite nos permite participar ahora mismo en un gran “intercambio” espiritual, ¡Nosotros intercambiamos nuestra naturaleza pecaminosa por Su naturaleza divina, y todas nuestras debilidades por Su fortaleza!

   Dios nos ha dado preciosas y grandísimas promesas de, que a través de ellas (nosotros) seriamos partícipes de la naturaleza divina. (2Pedro 1.4).

   Miremos más detenidamente cómo sucede esta sustitución espiritual e intercambio, y qué significa para nosotros hoy.

DILEMAS DE LA HUMANIDAD.
   Después de la caída, la humanidad enfrentó los siguientes dilemas:
1-. Los seres humanos estaban bajo el juicio de Dios, acusados de pecado y rebelión. “La paga del pecado es muerte”. (Romanos 6.23), y estos debían ser pagados. Los seres humanos no eran capaces de redimirse a sí mismos. Nunca podrían expiar sus propios pecados porque todos eran culpable.: “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. (Romanos 3.23) “No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3.10) La única opción de la humanidad parecía ser el castigo y la separación eterna de Dios. La humanidad pecadora nunca podría reconciliarse con la Deidad sin pecado; no habría unidad ni acuerdo entre ellos.

2-. La única forma como los seres humanos podrían escapar de la condenación que merecían y recibir perdón y limpieza, era si alguien más recibiera el castigo por ellos y muriera en su lugar, como un sustituto idóneo para ellos. Sin embargo, toda la raza humana estaba completamente infectada con la naturaleza pecaminosa.

3-. Si la naturaleza caída de la humanidad no podía ser redimida, los seres humanos tendrían que permanecer en perpetuo estado de degradación, corrupción y muerte. Su única esperanza sería experimentar  una transformación que permita restaurar la naturaleza de Dios en ellos, permitiéndoles nuevamente ser uno con Él.

   Abandonados a su suerte, los seres humanos estaban irremediablemente perdidos y en deudas con Dios debido a sus pecados. La naturaleza pecaminosa estaba totalmente incrustada en ellos; era imposible que por su propia cuenta se alejaran de ellas. Además, se habían apartados de Dios y se habían esclavizados a Satanás.

LA SOLUCIÓN DE DIOS.
   Pero Dios tenía una solución para los dilemas de la humanidad. Dios el hijo, la segunda persona de la Trinidad, se convirtió en un hombre. Él tomó un cuerpo físico, experimento la vida como un ser humano, mostró a la humanidad el camino de regreso a Dios, y luego murió y resucitó; todo por amor a nosotros.

   Convertirse en hombre le permitió a Dios entrar legalmente a la tierra y a la sociedad  humana, con el fin de restaurar la humanidad y traer nuevamente su reino a la tierra. Como vimos, Dios le había dado a los seres humanos dominio sobre la tierra, pero éste se había perdido debido al pecado, lo que permitió a Satanás desatar destrucción y muerte sobre la raza humana y el resto del planeta.

¿Por qué Dios no creo un ser humano completamente nuevo, sin pecado, que muriera por nosotros, en lugar de tomarse la molestia de venir a la tierra Él mismo? Una de las razones es que ese ser humano recién creado no tendría una conexión vital con la raza original de seres humanos caídos. Por eso el hijo de Dios se sometió a nacer como un bebé llamado Jesús, se una madre terrenal llamada María, que formaba parte de la raza caída. De esa manera, Jesús tendría un vínculo directo con los seres humanos que necesitaban ser redimidos.

   Es esencial entender que pese a que Jesús nació de una madre humana, Él fue concebido por el Espíritu Santo de Dios, de manera que, aunque naciera de un ser humano, Él no estuviera infectado con la naturaleza de pecado. El mensajero de Dios le dijo a María: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el santo ser que nacerá, será llamado hijo de Dios.” Lucas 1.35 La naturaleza humana de Jesús fue pura y sin pecado. Esto significa que su espíritu humano estaba vivo para Dios, dándole a Él comunión directa con el Padre a lo largo de su vida terrenal.

UN SUSTITUTO PERFECTO.
   Con el fin de ser un sustituto eficaz para el ser humano, Jesús tuvo que experimentar todo lo que nosotros atravesamos en la vida, excepto que nació sin pecado, y Él nunca cometió pecado. Él tuvo que vivir sin pecar en medio de un mundo pecador, para que pudiera mantener su capacidad de ser un sacrificio aceptable por nuestros pecados. Luego, cuando él tomó nuestros pecados sobre sí mismo en la cruz, Él experimentó toda la degradación del pecado humano. La Escritura dice: “Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo” (Hebreos 2.17)

   Por voluntad propia, Jesús se sometió al castigo y la muerte en la cruz por amor a nosotros. Algunos piensan, equivocadamente, que Él no fue más que una “victima” de las autoridades civiles y religiosas de su tiempo, que insistieron en su ejecución y la llevaron a cabo. Por el contrario, Jesús eligió sufrir en nuestro lugar, para que nunca más tuviéramos que volver a experimentar la separación de Dios, y para que nunca tuviéramos que sufrir el castigo eterno. Jesús estaba plenamente consciente de por qué estaba muriendo, por quienes Él moría, y cómo su muerte y resurrección establecerían la sustitución y el intercambio. Jesús dijo: Yo soy el buen pastor… y pongo mi vida por las ovejas… Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerlas, y tengo poder para volverlas a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10. 14-15,18)
Guillermo Maldonado. ¿Por qué creer en Jesús? Poder. Primera edición.2015. Editorial Ministerio internacional El Rey Jesús. Paginas 85 - 89

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