viernes, 30 de marzo de 2018

EL SACRIFICIO DE LA CRUZ.

   En la actualidad, muchos lo usan como adorno de joyería, para decorar su hogar o como amuleto de la buena suerte; pero muchos no se dan cuenta de su origen ni de su verdadero significado. En realidad, la cruz representa el evento más significativo de la historia de la humanidad, por lo que el apóstol Pablo declaró: “Lejos esté de mi gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” .Gálatas 6.14.

   En otras palabras, todo lo que Pablo había recibido como herencia o logrado en la vida no valía nada en comparación con su relación con Dios por medio de su Hijo Jesucristo. Posición social, riquezas, influencia, reputación y comodidades, todo eso carecía de significado al reflexionar sobre la redención que había recibido gracias a la crucifixión.

Es símbolo de vergüenza, sufrimiento y muerte
   Los bárbaros inventaron este método para ejecutar a delincuentes de la manera más cruenta y prolongada que fuera posible. Después, los griegos y tras ellos los romanos, lo adoptaron y lo utilizaron por todo su vasto imperio. Sin embargo, los romanos consideraron que era tan atroz y despiadado que ningún ciudadano romano fue jamás crucificado, excepto en casos de traición imperdonable.

   Por su parte, los judíos también aborrecían ese castigo, pues todo aquel que era colgado en un madero era “maldito por Dios” (Dt 21.22-23). Aun así, los enemigos de Cristo incitaron a la multitud a pedir a gritos que Pilato lo crucificara para castigarlo porque decía que era el Hijo de Dios (Jn 19.7).

Es símbolo de salvación y vida eterna.
   Aunque para el mundo en general haya sido absurdo creer que alguien que haya muerto ignominiosamente podría ser objeto de la fe que salva de la condenación, Pablo declaró que “la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”.1 Corintios 1.18. Asimismo, no solo los primeros creyentes sino que desde entonces millones de personas han sido perdonadas de sus pecados y con gozo se han acogido a la promesa de vida eterna ofrecida por el mismo Cristo (Jn 3.16).

La cruz no tomó por sorpresa al Señor Jesús.
   Él mismo sabía que el propósito para descender del cielo era morir por el pecado del mundo (Mateo 20.28) y así lo declaró a Nicodemo, diciendo que era necesario que como Moisés levantara la serpiente en el desierto, Él mismo debía ser levantado (Juan 3.14). Más tarde, anunció a sus discípulos que debía sufrir, morir y resucitar al tercer día (Marcos8.29-31).

   Además, sabía que “sería entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” para ser prendido y ejecutado “por manos de inicuos”, como lo expresó Pedro en su sermón del día del Pentecostés (Hechos 2.23). O sea, que esa ejecución fue llevada a cabo conforme al plan del Padre celestial para la redención de todo pecador, como había quedado establecido desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1.19-21).

¿Por qué la cruz sigue siendo tan importante?.
   Porque todos pecaron (Romanos 3.23) y la paga del pecado es muerte, tanto física como espiritual (Romanos 6.23). Al morir en nuestro lugar, Cristo sufrió el castigo por nuestros pecados y mediante la crucifixión, Dios fue “el justo y el que justifica al que es de la fe en Jesús” (Romanos 3.26). Esto quiere decir que Él fue el Juez justo de toda la humanidad al determinar que su propio Hijo fuera el único pago aceptable por nuestros delitos. Además, Cristo fue nuestro sustituto y experimentó el abandono del Padre (Marcos 15.34) y ahora nosotros podemos pedir a Dios que perdone nuestros pecados y rebeliones, ya que su sacrificio hizo posible que nosotros fuéramos “muertos a los pecados y vivamos a la justicia” (1 Pedro 2.24).

¿Cómo debemos proceder ante la cruz si no somos creyentes?
1-. Pedir perdón a Cristo por nuestros pecados. Esto demanda admitir que somos pecadores, arrepintiéndonos de nuestros pecados basándonos en que Él murió en nuestro lugar y confiando en su victoria decisiva sobre el poder de la muerte demostrada en su resurrección. 

2-. Aceptar a Cristo como nuestro Salvador personal, Dueño y Señor de nuestra vida, tanto en el presente como por toda la eternidad. Es preciso entender que a partir de ese momento el Espíritu Santo toma posesión de nuestra vida, nos transforma en nuevas criaturas y nos habilita para vivir como a Él le agrada.
 
3-. Servir a Cristo con nuestro tiempo, talentos, energía y recursos, agradecidos por habernos recibido gratuitamente en la familia de Dios como hijos amados y herederos de sus promesas.
 
4-. Hablar a otros de Cristo, reconociendo que hemos sido salvos por su gracia e invitándolos a formar parte de los que Él compró con su sangre preciosa para rescatarlos de la condenación eterna.

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