En la actualidad, muchos lo usan como adorno de joyería,
para decorar su hogar o como amuleto de la buena suerte; pero muchos no
se dan cuenta de su origen ni de su verdadero significado. En realidad,
la cruz representa el evento más significativo de la historia de la
humanidad, por lo que el apóstol Pablo declaró: “Lejos esté de mi
gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el
mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” .Gálatas 6.14.
En otras palabras, todo lo que Pablo
había recibido como herencia o logrado en la vida no valía nada en
comparación con su relación con Dios por medio de su Hijo Jesucristo.
Posición social, riquezas, influencia, reputación y comodidades, todo
eso carecía de significado al reflexionar sobre la redención que había
recibido gracias a la crucifixión.
Es símbolo de vergüenza, sufrimiento y muerte
Los bárbaros inventaron este método para
ejecutar a delincuentes de la manera más cruenta y prolongada que fuera
posible. Después, los griegos y tras ellos los romanos, lo adoptaron y
lo utilizaron por todo su vasto imperio. Sin embargo, los romanos
consideraron que era tan atroz y despiadado que ningún ciudadano romano
fue jamás crucificado, excepto en casos de traición imperdonable.
Por su parte, los judíos también
aborrecían ese castigo, pues todo aquel que era colgado en un madero era
“maldito por Dios” (Dt 21.22-23). Aun así, los enemigos de Cristo
incitaron a la multitud a pedir a gritos que Pilato lo crucificara para
castigarlo porque decía que era el Hijo de Dios (Jn 19.7).
Es símbolo de salvación y vida eterna.
Aunque para el mundo en general haya
sido absurdo creer que alguien que haya muerto ignominiosamente podría
ser objeto de la fe que salva de la condenación, Pablo declaró que “la
palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se
salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios”.1 Corintios 1.18. Asimismo, no
solo los primeros creyentes sino que desde entonces millones de
personas han sido perdonadas de sus pecados y con gozo se han acogido a
la promesa de vida eterna ofrecida por el mismo Cristo (Jn 3.16).
La cruz no tomó por sorpresa al Señor Jesús.
Él mismo sabía que el propósito para
descender del cielo era morir por el pecado del mundo (Mateo 20.28) y así
lo declaró a Nicodemo, diciendo que era necesario que como Moisés
levantara la serpiente en el desierto, Él mismo debía ser levantado (Juan
3.14). Más tarde, anunció a sus discípulos que debía sufrir, morir y
resucitar al tercer día (Marcos8.29-31).
Además, sabía que “sería entregado por
el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” para ser
prendido y ejecutado “por manos de inicuos”, como lo expresó Pedro en su
sermón del día del Pentecostés (Hechos 2.23). O sea, que esa ejecución fue
llevada a cabo conforme al plan del Padre celestial para la redención
de todo pecador, como había quedado establecido desde antes de la
fundación del mundo (1 Pedro 1.19-21).
¿Por qué la cruz sigue siendo tan importante?.
Porque todos pecaron (Romanos 3.23) y la paga
del pecado es muerte, tanto física como espiritual (Romanos 6.23). Al morir
en nuestro lugar, Cristo sufrió el castigo por nuestros pecados y
mediante la crucifixión, Dios fue “el justo y el que justifica al que es
de la fe en Jesús” (Romanos 3.26). Esto quiere decir que Él fue el Juez
justo de toda la humanidad al determinar que su propio Hijo fuera el
único pago aceptable por nuestros delitos. Además, Cristo fue nuestro
sustituto y experimentó el abandono del Padre (Marcos 15.34) y ahora
nosotros podemos pedir a Dios que perdone nuestros pecados y rebeliones,
ya que su sacrificio hizo posible que nosotros fuéramos “muertos a los
pecados y vivamos a la justicia” (1 Pedro 2.24).
¿Cómo debemos proceder ante la cruz si no somos creyentes?
1-. Pedir perdón a Cristo por nuestros
pecados. Esto demanda admitir que somos pecadores, arrepintiéndonos de
nuestros pecados basándonos en que Él murió en nuestro lugar y confiando
en su victoria decisiva sobre el poder de la muerte demostrada en su
resurrección.
2-. Aceptar a Cristo como nuestro Salvador
personal, Dueño y Señor de nuestra vida, tanto en el presente como por
toda la eternidad. Es preciso entender que a partir de ese momento el
Espíritu Santo toma posesión de nuestra vida, nos transforma en nuevas
criaturas y nos habilita para vivir como a Él le agrada.
3-. Servir a Cristo con nuestro tiempo,
talentos, energía y recursos, agradecidos por habernos recibido
gratuitamente en la familia de Dios como hijos amados y herederos de sus
promesas.
4-. Hablar a otros de Cristo, reconociendo
que hemos sido salvos por su gracia e invitándolos a formar parte de los
que Él compró con su sangre preciosa para rescatarlos de la condenación
eterna.
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