Despierten! despierten,
esclavos! Son las 04:30, hora de levantarse. ¡Tú! Tienes el privilegio de
ayudar a tus sucios amigos a levantar el pilar del Faraón, así que levanta tu
inmunda carcasa y ve a ver al capataz, o te ayudaré con el látigo.
Ha de haber sido así la vida
en Egipto, mientras Israel vivía en la esclavitud. La única forma de que los
capataces hicieran trabajar a los esclavos era mediante el uso del látigo. Los
bueyes no tenían tiempo de ducharse o lavarse los dientes, así que los esclavos
tampoco lo tenía: eran solo simples bestias de carga para el Faraón y sus
malvados capataces. ¿Puede usted imaginar lo que habría sido despertar con un
latigazo?
Una vez despiertos, los
israelitas eran llevados al campo, a latigazos. Allí pasaban el día entero,
agachados, haciendo ladrillos de barro y paja. Odiaban hacerlo. El trabajo
aumentaba su odio hacia la esclavitud. Esta es la razón por la que los
oprimidos conservan su actitud negativa hacia el trabajo, aún después de
liberados. Le recuerda a la opresión. La gente que ha vivido en opresión o bajo
el espíritu de la esclavitud, llega a odiar el trabajo.
para
que siguieran trabajando. Los capataces querían trabajo, no descanso.
Los hijos de Israel sentían
agotamiento, bajo el rayo del sol que los hacía sudar, y el esfuerzo les
causaba dolor de espalda. Pero el látigo seguía pegando continuamente, para que
siguieran trabajando: _ Sigan trabajando, miserables esclavos, o les daré algo
que realmente les hará lamentarse.
Dos nombres, un mismo enemigo:
opresión irresponsabilidad
Cuando la gente es oprimida -en cualquier época y en cualquier lugar- suele desarrollar un espíritu de irresponsabilidad y odio hacia el trabajo. Muchas personas cargan hoy el peso de su anterior opresión. El trabajo no se ve como oportunidad de glorificar a Dios y recibir su promoción; se ve como obligación, solo como medio para pagar las cuentas.
Después de un tiempo los israelitas sentían que el trabajo era igual al dolor. Siempre se veía acompañado de presiones, desesperación y el látigo, que causaba dolor. Cuando finalmente fueron liberados, sintieron que su liberación equivalía a no tener que trabajar más, y se gozaron grandemente (Éxodo 15:1, 20). En su "retiro", pensaban: "¡Lo logramos! Por fin, retirados. ¡Pescar, dormir, jugar al golf y al tenis, ya no más trabajo!" Y es lo mismo que hoy piensan muchos. Históricamente, los pueblos que han sido oprimidos siempre sueñan con un cielo donde finalmente vivan en libertad. Algunos sueñan con ganar un millón de dólares para no tener que trabajar más. Si piensa de este modo y sí llega a obtener el dinero, probablemente Dios le quite el millón y lo mande de vuelta a trabajar. Porque el trabajo no es una maldición. Es lo primero que Dios le mandó hacer al hombre (ver Génesis 2:15).
No odie el trabajo. Ámelo.
Sienta pasión por lo que Dios le ha dado para hacer. Hágalo como lo hacía
Jesús: "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y
que acabe su obra" Juan 4:34).
Cuando nuestro trabajo es
tan importante como nuestras tres comidas diarias, nos convertimos en personas
responsables. Cuando tienen que llamarnos para
comer, estamos cerca del espíritu de responsabilidad. Pero si no puede usted
esperar hasta que sea la hora del almuerzo tiene el espíritu equivocado. Si
comienza a trabajar a las 09:00 y no puede esperar a la hora del café de media
mañana, es que no tiene el espíritu que corresponde. SI alarga su descanso y
lee el diario hasta la hora del almuerzo, tiene el espíritu del esclavo.
La gente que odia el trabajo
no sabe administrar su tiempo. Se irrita y depnme cuando tiene tiempo libre,
porque el tiempo exige la responsabilidad de decidir cómo utilizarlo. Les gusta
cuando otros les dicen qué hacer, porque tienen mentalidad de esclavos. Y como
nada de lo que hace un esclavo es para su propio bien, los que han vivido
oprimidos durante años no saben ser productivos.
La mayoría de los países en
desarrollo y del Tercer Mundo sufren por esto.
¿Sabe usted cómo se mide la
prosperidad de un país? Se mide según el producto Bruto Interno (PBl). La
riqueza de un país no se mide por cuanto dinero haya en el tesoro, sino por
cuánto produce su pueblo.
Cuando la mayor parte del
pueblo ha vivido bajo el látigo de la pobreza y la opresión, la productividad
se ve afectada y el país sigue siendo pobre. El PBl representa la productividad
colectiva de la ciudadanía.
La opresión produce holgazanería
En Egipto los hijos de
Israel no necesitaban ir en busca de alimentos.
No tenían que comprar casas. Ni tenían que encontrar agua o ropa. No
necesitaban buscar nada, porque el Faraón les daba todo esto. El opresor le da
todo al oprimido, para proteger y mantener su inversión. Cuando Moisés
finalmente los sacó de Egipto, a pocas semanas de estar en el desierto
comenzaron a murmurar y a enojarse. ¿Cuál era su queja? No tenían comida. No
tenían agua. Y se quejaban ante Moisés:
"Ojalá hubiéramos
muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos
sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos
habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta
multitud" (Éxodo 16:3).
Los israelitas sentían que
vivir durante un tiempo sin comida era un intento premeditado para matarlos.
¿Por qué? Porque el oprimido rápidamente acusa cuando ya no recibe
lo que se le daban gratis durante su opresión. No puede
enfrentar las dificultades. No puede soportar que su bienestar se vea
interrumpido. La opresión entonces, hace que la gente se vuelva holgazana.
El miedo
La gente que ha vivido en
opresión también siente mucho miedo. Siente miedo porque todo lo que ve le
resulta doloroso. Todo lo que le sucede se ve como una conjunción de fuerzas
que lo obligan a hacer lo que no desean. Así que evitan la responsabilidad, y
viven con miedo.
La gente oprimida tiene
miedo de todo, y hasta de su propio pueblo. De tan solo pensar
que alguien pueda tener poder sobre ellos, se les encoge el corazón,
especialmente cuando piensan en quien estuvo oprimido igual que ellos.
Con esto en mente, los oprimidos ven a sus empleadores como capataces blandiendo látigos. Así que les intimida su percepción del opresor, cuando ven entrar al jefe en su oficina. Cada vez que su jefe aparece, se sienten poco importantes ¿Qué es lo que está mal? Siguen viviendo con miedo, aunque vivan en libertad.
Myles Munroe. En busca de la libertad. Primera edición 2005. Editorial Peniel. Pag 105 a la 109.
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