sábado, 7 de noviembre de 2020

EL ESPÍRITU DE OPRESIÓN. Parte I

  Despierten! despierten, esclavos! Son las 04:30, hora de levantarse. ¡Tú! Tienes el privilegio de ayudar a tus sucios amigos a levantar el pilar del Faraón, así que levanta tu inmunda carcasa y ve a ver al capataz, o te ayudaré con el látigo.

   Ha de haber sido así la vida en Egipto, mientras Israel vivía en la esclavitud. La única forma de que los capataces hicieran trabajar a los esclavos era mediante el uso del látigo. Los bueyes no tenían tiempo de ducharse o lavarse los dientes, así que los esclavos tampoco lo tenía: eran solo simples bestias de carga para el Faraón y sus malvados capataces. ¿Puede usted imaginar lo que habría sido despertar con un latigazo?

   Una vez despiertos, los israelitas eran llevados al campo, a latigazos. Allí pasaban el día entero, agachados, haciendo ladrillos de barro y paja. Odiaban hacerlo. El trabajo aumentaba su odio hacia la esclavitud. Esta es la razón por la que los oprimidos conservan su actitud negativa hacia el trabajo, aún después de liberados. Le recuerda a la opresión. La gente que ha vivido en opresión o bajo el espíritu de la esclavitud, llega a odiar el trabajo. para que siguieran trabajando. Los capataces querían trabajo, no descanso.

   Los hijos de Israel sentían agotamiento, bajo el rayo del sol que los hacía sudar, y el esfuerzo les causaba dolor de espalda. Pero el látigo seguía pegando continuamente, para que siguieran trabajando: _ Sigan trabajando, miserables esclavos, o les daré algo que realmente les hará lamentarse.

   Dos nombres, un mismo enemigo: opresión irresponsabilidad

   Cuando la gente es oprimida -en cualquier época y en cualquier lugar- suele desarrollar un espíritu de irresponsabilidad y odio hacia el trabajo. Muchas personas cargan hoy el peso de su anterior opresión. El trabajo no se ve como oportunidad de glorificar a Dios y recibir su promoción; se ve como obligación, solo como medio para pagar las cuentas.

   Después de un tiempo los israelitas sentían que el trabajo era igual al dolor. Siempre se veía acompañado de presiones, desesperación y el látigo, que causaba dolor. Cuando finalmente fueron liberados, sintieron que su liberación equivalía a no tener que trabajar más, y se gozaron grandemente (Éxodo 15:1, 20). En su "retiro", pensaban: "¡Lo logramos! Por fin, retirados. ¡Pescar, dormir, jugar al golf y al tenis, ya no más trabajo!" Y es lo mismo que hoy piensan muchos. Históricamente, los pueblos que han sido oprimidos siempre sueñan con un cielo donde finalmente vivan en libertad. Algunos sueñan con ganar un millón de dólares para no tener que trabajar más. Si piensa de este modo y sí llega a obtener el dinero, probablemente Dios le quite el millón y lo mande de vuelta a trabajar. Porque el trabajo no es una maldición. Es lo primero que Dios le mandó hacer al hombre (ver Génesis 2:15).

   No odie el trabajo. Ámelo. Sienta pasión por lo que Dios le ha dado para hacer. Hágalo como lo hacía Jesús: "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra" Juan 4:34).

  Cuando nuestro trabajo es tan importante como nuestras tres comidas diarias, nos convertimos en personas responsables. Cuando tienen que llamarnos para comer, estamos cerca del espíritu de responsabilidad. Pero si no puede usted esperar hasta que sea la hora del almuerzo tiene el espíritu equivocado. Si comienza a trabajar a las 09:00 y no puede esperar a la hora del café de media mañana, es que no tiene el espíritu que corresponde. SI alarga su descanso y lee el diario hasta la hora del almuerzo, tiene el espíritu del esclavo.

   La gente que odia el trabajo no sabe administrar su tiempo. Se irrita y depnme cuando tiene tiempo libre, porque el tiempo exige la responsabilidad de decidir cómo utilizarlo. Les gusta cuando otros les dicen qué hacer, porque tienen mentalidad de esclavos. Y como nada de lo que hace un esclavo es para su propio bien, los que han vivido oprimidos durante años no saben ser productivos.

   La mayoría de los países en desarrollo y del Tercer Mundo sufren por esto.

  ¿Sabe usted cómo se mide la prosperidad de un país? Se mide según el producto Bruto Interno (PBl). La riqueza de un país no se mide por cuanto dinero haya en el tesoro, sino por cuánto produce su pueblo.

  Cuando la mayor parte del pueblo ha vivido bajo el látigo de la pobreza y la opresión, la productividad se ve afectada y el país sigue siendo pobre. El PBl representa la productividad colectiva de la ciudadanía.

   La opresión produce holgazanería

    La holgazanería es otro de los efectos de la opresión. La gente que ha vivido oprimida sufre de holgazanería, porque para ellos el trabajo equivale a sufrimiento y dolor. Si uno ha vivido obligado a realizar una tarea durante toda su vida, como sucedió con Israel, al ser liberado de esta obligación esa persona dejará de hacer lo que antes se veía obligado a cumplirla. Los Israelitas hacían su trabajo veinticuatro horas al día, porque los obligaban. Es posible que las tareas necesarias y constructivas como la limpieza de la casa, la jardinería y la higiene personal, se vuelvan odiosas si se hacen como trabajo forzado. Y aun cuando a esta persona ya no se le obligue a hacer esta tarea, seguirá siendo una actividad que intente evitar. .Este tipo de holgazanería es producto de la opresión. La gente no quiere ser holgazana, pero se vuelve holgazana a causa de haber sido cosa administrada y no agente administrador. Pierden la energía y el entusiasmo a causa de la opresión que les impidió ser productivos por propia voluntad. La opresión condiciona a la gente de manera tal que la holgazanería y la improductividad se vuelve su estilo de vida. La falta de motivación e iniciativa es entonces su motor.

   En Egipto los hijos de Israel no necesitaban ir en busca de alimentos. No tenían que comprar casas. Ni tenían que encontrar agua o ropa. No necesitaban buscar nada, porque el Faraón les daba todo esto. El opresor le da todo al oprimido, para proteger y mantener su inversión. Cuando Moisés finalmente los sacó de Egipto, a pocas semanas de estar en el desierto comenzaron a murmurar y a enojarse. ¿Cuál era su queja? No tenían comida. No tenían agua. Y se quejaban ante Moisés:

 "Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud" (Éxodo 16:3).

   Los israelitas sentían que vivir durante un tiempo sin comida era un intento premeditado para matarlos. ¿Por qué? Porque el oprimido rápidamente acusa cuando ya no recibe lo que se le daban gratis durante su opresión. No puede enfrentar las dificultades. No puede soportar que su bienestar se vea interrumpido. La opresión entonces, hace que la gente se vuelva holgazana.

El miedo

   La gente que ha vivido en opresión también siente mucho miedo. Siente miedo porque todo lo que ve le resulta doloroso. Todo lo que le sucede se ve como una conjunción de fuerzas que lo obligan a hacer lo que no desean. Así que evitan la responsabilidad, y viven con miedo.

   El miedo también viene de no saber qué es lo que nuestro opresor hará con nosotros. Cada vez que aparecían los soldados del Faraón, los israelitas comenzaban a temblar. Cada vez que veían un látigo, temblaban. Y este espíritu de miedo no los abandonó cuando dejaron Egipto. Siguieron andando en círculos en el desierto durante cuarenta años, en el área que vi desde mi avión cuando volaba de Israel a El Cairo, cuando podrían haber cruzado el desierto en un mes. El miedo los mantenía atados a ese lugar, sin que llegaran a Canaán, de la misma manera en que hoy hay millones de personas atadas a su propia opresión y pobreza.

   La gente oprimida tiene miedo de todo, y hasta de su propio pueblo. De tan solo pensar que alguien pueda tener poder sobre ellos, se les encoge el corazón, especialmente cuando piensan en quien estuvo oprimido igual que ellos.

   Con esto en mente, los oprimidos ven a sus empleadores como capataces blandiendo látigos. Así que les intimida su percepción del opresor, cuando ven entrar al jefe en su oficina. Cada vez que su jefe aparece, se sienten poco importantes ¿Qué es lo que está mal? Siguen viviendo con miedo, aunque vivan en libertad.

Myles Munroe. En busca de la libertad. Primera edición 2005. Editorial Peniel. Pag 105 a la 109.

No hay comentarios:

Publicar un comentario